¿Qué es verdad y qué es mentira?

¿Es real todo lo que nos rodea? ¿Y por qué a veces es tan difícil distinguir una verdad de una mentira? ¿Qué es exactamente la verdad? ¿Y por qué tendemos a alterarla o recrearla? Aunque demasiadas veces creemos estar en posesión de la verdad, lo cierto es que la verdad es una gran desconocida. O quizás una ilusión. El filósofo Wittgenstein investigó durante la primera mitad del siglo XX qué era la verdad. Y llegó a una sorprendente conclusión: la llave para conocer la verdad es el lenguaje.

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El lenguaje retrata la realidad y por tanto la determina

Según el filósofo Wittgenstein (1889-1951), el mundo de una persona equivale a su vocabulario. Es decir, existe una relación directa entre la realidad y el lenguaje que utilizamos para describirla. El lenguaje es para Wittgenstein un intento de reflejar la realidad, y por tanto, es la forma que tiene el ser humano de comprender la realidad que le rodea.

En su libro Tractatus, Wittgenstein establece que la estructura de la realidad equivale a la estructura gramatical. Para él, pensar es hablar, y hablar es retratar la realidad. Pensamiento, lenguaje y realidad son en realidad tres entidades diferentes que presentan una forma común. El lenguaje representa por tanto al mundo que nos rodea, dando forma a objetos, seres, lugares o situaciones. Por tanto el pensamiento, el lenguaje y la realidad son isomórficos, es decir, tienen la misma estructura.

Para Wittgenstein, así como el lenguaje se descompone en palabras y en frases, la realidad también se descompone en hechos (que se describen con palabras) y en estados de cosas (que se describen con frases). Esa conexión es la base de la teoría de Wittgenstein. Por eso, según Wittgenstein, si estudias el lenguaje, llegarás al conocimiento de la realidad. Su filosofía es por tanto una filosofía basada en el lenguaje.

En ese contexto, por ejemplo, lo místico, lo ético y lo religioso no se pueden describir, y por tanto, pertenecen al ámbito del silencio, de lo indescriptible. Se trata de un terreno exclusivamente personal e intransferible. No se puede compartir.

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Cómo distinguir una verdad de una mentira

¿Cómo se puede identificar a un mentiroso? ¿Cómo saber si lo que nos están diciendo no es cierto? Se atribuye al dirigente nazi Joseph Goebbels la frase “Repite una mentira con frecuencia y se convertirá en una verdad”. Los psicología conoce este efecto como “la ilusión de la verdad”.

La ilusión de la verdad ocurre porque existe una alteración en nuestro procesamiento de la verdad. Aunque presumamos de ser objetivos e independientes, nuestro cerebro tiene tendencia a calificar como verdadero todo lo que nos resulta familiar. Por esa razón, cuando lo que escuchamos está enmarcado en nuestro sistema de valores o creencias, tendemos a afirmar que es cierto.

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Muchos investigadores asocian el efecto de la ilusión de la verdad a la existencia de lo que se conoce como “memoria implícita”. La memoria implícita es un tipo de memoria que recurre a experiencias vividas para ejecutar nuevas tareas. Se trata de una estrategia que utiliza nuestra mente para ahorrar esfuerzos. Dicho de otra manera, nuestro cerebro crea modelos que aplicamos en el futuro ante situaciones diferentes. La memoria implícita funciona tanto en tareas físicas, como atarnos los zapatos, como en tareas más abstractas, como las ideas. Por eso cuando alguien nos realiza una afirmación, aparece el efecto de la ilusión de la verdad. Si esa idea coincide con alguna experiencia que hemos vivido anteriormente, inmediatamente la identificamos como familiar, y tendemos a aceptarla como verdadera. El peligro está en confundir lo familiar con lo veraz. Muchas veces no tienen nada que ver.

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¿Son útiles las mentiras?

Mentir no es totalmente pernicioso. En algunas ocasiones, las mentiras actúan como un pegamento social que ayuda a mantener nuestras relaciones y cierta cohesión social.

Según Richard Wiseman, investigador británico y profesor del Entendimiento Público de la Psicología en la Universidad de Hertfordshire (UK), “la tercera parte de las personas dicen una gran mentira cada día”. El propio Wiseman también afirma que “somos muy buenos mintiendo, pero muy malos detectando las mentiras”. Según numerosos estudios, sólo reconocemos la verdad en el 50% de los casos. Y este resultado puede extrapolarse a jueces, policías o abogados.

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El motivo de nuestra incapacidad reside en que los seres humanos somos esencialmente visuales. Nuestro cerebro dedica muchos recursos al procesamiento visual y priorizamos el lenguaje no verbal. Muchos mentirosos lo saben y controlan sus gestos o su apariencia con absoluta maestría. La clave está en prestar una mayor atención a otros aspectos no estrictamente visuales. Nuestros ojos pueden ser unos malos consejeros para detectar las mentiras.