Corrupción ¿Cómo salir del círculo vicioso?

Como es sabido, las sucesivas oleadas de los barómetros del CIS nos recuerdan insistentemente que la corrupción es el segundo problema para los españoles, sólo por detrás del paro, con porcentajes que se acercan ya al 50% de los ciudadanos entrevistados. A este dato se une el de la desconfianza y desafección creciente en las instituciones, muy principalmente en los partidos políticos.

El último informe sobre corrupción de la Comisión europea, de fecha 3-2-2014, destaca que si bien en algunos países, como Portugal, Eslovena, España e Italia el soborno es poco frecuente, nada menos que el 95% de los ciudadanos españoles piensan que la corrupción está muy extendida en su país. El que los ciudadanos no tengan que pagar sobornos por recibir a cambio servicios públicos responde probablemente al hecho de que la corrupción es de tipo político y no administrativo (no hay que pagar a un médico de la Seguridad Social o a un policía, por ejemplo).

Indudablemente, la percepción de la corrupción tiene mucho que ver con la falta de transparencia y de mecanismos de exigencia y rendición de cuentas;  en definitiva, con la falta de depuración de responsabilidades –políticas y jurídicas- y con la impunidad. Por eso la definición clásica de Klitgaard señala que la corrupción equivale al monopolio toma de decisiones más discrecionalidad – rendición de cuentas.

Pues bien, si en España la corrupción es sobre todo política, según los científicos sociales para solucionar el problema habría que aplicar la teoría del agente: reducir los problemas de que el principal (ciudadano) elija mal al agente (político) y de que una vez elegido este actúe en interés propio y no de su representado, corrompiéndose.

En los dos casos la solución pasa por aumentar la información del agente tanto sobre los posibles candidatos a agentes, en primer lugar, como sobre la actuación del agente, en segundo lugar. De acuerdo con esta tesis, los problemas de la relación entre agente y principal se concentran en dos ámbitos. Por un lado, es muy infrecuente que principal y agente compartan exactamente los mismos intereses. Normalmente sus intereses son divergentes, lo que se convierte en un incentivo para que el agente decida, si tiene alguna posibilidad para ello, actuar en defensa de sus propios intereses antes que hacerlo en defensa de los de su principal.

Por otro lado, el principal no suele tener una información perfecta y completa de todo lo que hace el agente en su nombre. Es decir, con frecuencia se produce una asimetría de información entre principal y agente, representantes y ciudadanos. Estas situaciones brindan oportunidades para que el agente decida actuar en contra de los deseos e intereses del principal, aprovechándose de los bienes públicos para fines privados. Por tanto, con mayor transparencia y mayor control sobre la selección de los agentes y su actuación, así como con rendición de cuentas, estos problemas deberían desaparecer. El ciudadano tiene que ser exigente en defender sus intereses y castigar la corrupción.

Lamentablemente en la práctica esta teoría no siempre funciona. Puede ocurrir que a veces el principal (es decir, el ciudadano) no está tan deseoso como podría parecer de controlar al agente y de controlar la corrupción. Se trata del fenómeno del “sálvese quien pueda”.  Puede tener incluso interés en participar de esa captura de rentas públicas.

Efectivamente, en entornos de corrupción muy elevada (o percibida como tal) los ciudadanos creen que todos los agentes políticos se comportan o se comportarán igual, es decir, que todos son corruptos. Esta mala opinión implica que el ciudadano va a ser más tolerante con la corrupción dado que, al fin y al cabo, no hay donde elegir y siendo todos iguales, habrá algunos a los que resulte más fácil acercarse. Se genera así un círculo vicioso que es difícil de romper, dado que se pierde el sentido de solidaridad social y de defensa de los intereses generales; por el contrario se estimula la confianza particularizada en los grupos más cercanos, típicamente en este caso en los partidos políticos más “afines” a los que se está dispuesto a tolerar sus escándalos de corrupción por diversos motivos. Entre ellos, la idea de que “todos son iguales” y de que en este contexto la mejor forma de actuar es aprovecharse en la medida en que se pueda de las conexiones disponibles con alguno de los grupos.

En estos entornos no se favorece la actuación en beneficio de los “intereses generales” sino que aparece la práctica disolvente del “sálvese quien pueda”, de manera que cada grupo de individuos intentará conseguir beneficios particulares para sí, dejando de lado la lucha por mejores reglas o mayor imparcialidad, incentivando así de nuevo conductas tendentes a favorecer a los más allegados en detrimento del conjunto de los ciudadanos, de manera que cada vez se ahonda más el círculo vicioso de la corrupción.

¿En qué situación nos encontramos en España? Pues probablemente en una intermedia. No estamos todavía claramente en un escenario donde se pueda aplicar las mejoras que propugna la teoría del agente, porque la desconfianza lo mina todo y ciertamente muchos ciudadanos piensan que todos los políticos son iguales y que más vale seguir funcionando con las reglas que hay, aunque no sean demasiado éticas. Pero tampoco, afortunadamente, hemos caído en el otro extremo. Hay numerosas actuaciones –la mayoría de las cuales impulsadas por jueces y fiscales y por algunos periodistas, no nos engañemos- que intentan acabar con la impunidad y exigir responsabilidades por escándalos de corrupción. Algunos partidos políticos han hecho bandera de la regeneración y la lucha contra la corrupción. Pero está por ver cual es el camino que seguiremos en el futuro cercano, si nos acercaremos a los países más avanzados o si seguiremos un lento declinar hasta alcanzar los niveles de corrupción de los países más rezagados de la Unión Europea o incluso de algunos países emergentes. El futuro no está decidido. De nosotros, como ciudadanos responsables, depende.

Artículo escrito por Elisa de la Nuez, Secretaria General de la Fundación Hay Derecho
y coeditora del blog www.hayderecho.com
Publicado en el nº 11 de la revista Ideas Imprescindibles