El experimento de Solomon: ¿somos realmente libres?

¿Construimos nuestras opiniones en base a lo que piensan los demás? ¿Preferimos escondernos en el anonimato de una opinión generalizada que destacar expresando una opinión diferente? ¿Nos asusta sobresalir? Un controvertido experimento realizado entre los años 1951 y 1955 por el psicólogo estadounidense Solomon Asch parece demostrar que la mayoría de nosotros preferimos seguir a la mayoría, aunque pensemos justo lo contrario. 

El experimento de Solomon: ¿preferimos mentir antes que parecer diferentes?

Solomon Asch pidió a un grupo de estudiantes que participaran en una prueba de visión, o al menos eso les dijo. En realidad, el experimento pretendía comprobar cómo nos afectan las opiniones de los demás a la hora de expresar las nuestras. En el experimento participaron un total de 123 estudiantes voluntarios en diversas sesiones. Solomon formó grupos de ocho individuos, de los cuales siete eran sus cómplices y sólo uno desconocía el verdadero propósito del experimento. Simulando que era oftalmólogo, Solomon mostraba a los jóvenes cuatro líneas verticales.

La primera y la cuarta medían exactamente lo mismo, mientras que la segunda y la tercera presentaban longitudes diferentes. Entonces Asch preguntaba a los estudiantes qué líneas les parecían que tuvieran la misma longitud. Y debían responder en voz alta. Asch siempre preguntaba en último lugar al único sujeto que no era su cómplice. Los siete estudiantes compinchados siempre respondían premeditadamente de forma incorrecta. Después de escuchar las respuestas de sus compañeros, y pese a que la solución era evidente, la mayoría de los sujetos que respondían en último lugar cambiaban su respuesta para no ir en contra de la mayoría. Sólo el 25% de los estudiantes fueron fieles a su opinión y así la manifestaron. En otras palabras, el 75% de los sujetos prefirieron mentir antes que expresar su verdadera opinión

Nos creemos que somos independientes, pero no lo somos

El experimento de Solomon demostró que nuestras opiniones están mucho más condicionadas de lo que creemos. El entorno social es clave. La familia, los compañeros de trabajo, los amigos o los medios de comunicación ejercen una poderosa influencia a la hora de construir nuestras opiniones. Nos creemos que somos independientes, pero en realidad no lo somos. La mayoría preferimos adueñarnos de las ideas de otros que formarnos nuestras propias opiniones. ¿Pero por qué actuamos así? La respuesta podemos encontrarla en nuestro miedo a ser el elemento discordante en un grupo. A la mayoría de los seres humanos nos incomoda la idea de ser diferentes y nos sentimos más seguros y respetados si nuestras ideas coinciden con las de la mayoría. Por eso tomamos nuestras decisiones en función de lo que piensa el grupo y nos cuesta manifestar opiniones contrarias. El miedo a expresar una opinión diferente nos sitúa inmediatamente en una posición incómoda. Y eso es algo que no todos los individuos parecemos dispuestos a afrontar. 

En este contexto parece crucial responder a la siguiente pregunta: ¿Quiénes son los míos? Si es conveniente aceptar la opinión de una mayoría, ¿Quién forma en realidad esa mayoría? Porque si miro a mi alrededor es evidente que existen numerosas opciones políticas, ideológicas o religiosas. Incluso deportivas. Debería preguntarme, por ejemplo, qué pienso yo realmente de los inmigrantes, los musulmanes, los transgénero, los sacerdotes, los ecologistas, los andaluces, la monarquía o de las personas que solicitan la renta básica universal. O de los antivacuna, las feministas, los terraplanistas, los chinos, los catalanes, las abortistas, los okupas, los amantes de los toros o los madridistas. ¿He construido mis opiniones de forma libre e independiente o me he dejado influenciar por las opiniones de otros? En muchos casos la respuesta no es tan fácil como pueda parecer. 

Los influencers: esas voces que nos marcan el camino

Ahora los llamamos influencers. Pero los líderes de opinión siempre han existido. Ellos guían a grupos significativos de la población hacia un determinado objetivo. A veces ese objetivo puede parecer inocuo – comprar una determinada marca de bronceador o asistir a un concierto – y otras veces no lo es tanto – votar a un partido político o manifestarse en contra de una ley -. Para informarnos, la mayoría de nosotros escogemos a los medios de comunicación que consideramos imparciales. También seguimos en las redes sociales a aquellas personas que consideramos mejor informadas. ¿Pero hemos tomado esas decisiones porque queremos acercarnos a la verdad o porque necesitamos reafirmar nuestra pertenencia a un determinado grupo? 

El miedo a ser el elemento discordante parece ser más fuerte que nuestro deseo de conocer la verdad o de expresar nuestra opinión sincera. Tememos ir en contra de la opinión mayoritaria porque nos sentiríamos rechazados. O al menos eso es lo que intentó demostrar el experimento del doctor Solomon Asch.