¿Podemos cambiar el mundo cambiando de dieta?

¿Hamburguesa o verduras? ¿Estofado o ensalada? ¿Sopa o fruta? La decisión no afecta sólo a nuestro nivel de colesterol. También afecta al futuro del planeta. La industria alimentaria es la responsable del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por eso transitar hacia una alimentación sostenible parece un objetivo inexcusable si queremos luchar contra el cambio climático. 

Una transformación de nuestra dieta es esencial para reducir nuestra huella ambiental

Alcanzar los objetivos climáticos sin cambiar nuestra dieta es totalmente imposible. Si queremos asegurar un futuro sostenible para el planeta, debemos acometer una profunda transformación de nuestros hábitos alimenticios, consumiendo productos ecológicos, de temporada y de proximidad. Esta es la opinión de numerosos expertos, que consideran esencial que cambiemos con urgencia nuestros hábitos en la mesa. 

¿Pero es posible alimentar a 7.700 millones de personas con una industria alimentaria ecológica y sostenible? 

La alimentación es una de las actividades humanas más importantes y de mayor impacto medioambiental. Si queremos luchar contra el cambio climático es necesario que cambiemos ciertos patrones muy arraigados en nuestra sociedad. La agricultura y la ganadería son dos sectores que están obligados a avanzar hacia modelos más sostenibles. La agricultura, por ejemplo, utiliza una tercera parte de la superficie del planeta y tres cuartas partes del agua dulce. En sólo cien años la población del planeta ha pasado de 1.900 millones a 7.700 millones. La agricultura intensiva ha permitido elevar la producción agrícola a los niveles necesarios para alimentar a esa población. Pero también ha aumentado la erosión del suelo y ha reducido el material orgánico. 

Por su parte, la industria ganadera requiere el consumo de enormes cantidades de agua y grandes superficies de tierra. Además, el ganado vacuno es la especie animal responsable de más del 65% de las emisiones de CO2, el principal gas causante del efecto invernadero.

Un informe publicado por la Organización de Naciones Unidas, a través de su Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) afirma que adoptar una dieta sana y equilibrada es clave para reducir las emisiones de CO2. Nuestra dieta debería estar basada en un menor consumo de carne y tener un alto contenido en legumbres, cereales, frutas, verduras, hortalizas y frutos secos. Este grupo de expertos concluye que para mantener el calentamiento global por debajo de 2 grados, debemos implementar profundos cambios en el consumo de alimentos. 

Acabar con el despilfarro de comida, un reto urgente

El informe del grupo de expertos de las Naciones Unidas alerta también sobre los efectos del despilfarro de comida. Entre un 25 y un 30% de los alimentos que se producen en el mundo, se tiran a la basura. Un dato aún más preocupante cuando “820 millones de personas se acuestan cada noche con hambre” tal como afirma Stephan Singer, asesor de políticas energéticas globales de la red internacional Climate Action. 

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el volumen total del despilfarro de alimentos alcanza los 1.300 millones de toneladas. En la Unión Europea se despilfarran 89 millones de toneladas y en España, 8 millones. La huella de carbono de este sinsentido se calcula en 3.300 millones de toneladas de equivalente de CO2 de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera cada año. Asimismo el volumen total de agua que cada año se emplea para producir todos los alimentos que se desperdician equivale al caudal del río Volga, el más largo de Europa. Además, el 28% de la superficie agrícola del planeta – unos 1.400 millones de hectáreas – se utilizan cada año para producir alimentos que se desperdician. Según la FAO, las consecuencias económicas directas del despilfarro de alimentos, excluyendo el pescado y el marisco, alcanzan cada año los 750 millones de dólares. 

El 42% de este despilfarro se concentra en los hogares, el 39% en los procesos de fabricación, el 14% en los servicios de restauración y catering y el 5% en la distribución. 

En este contexto parece más importante que nunca una gestión eficiente de la cesta de la compra.

El papel de la ciudadanía en la lucha contra el cambio climático

Transformar nuestros hábitos alimenticios, desde el supermercado hasta la mesa, se antoja esencial para avanzar hacia un modelo más sostenible. Los ciudadanos pueden ejercer una influencia determinante para que la industria alimentaria implemente las transformaciones necesarias que demanda una población cada vez más preocupada por el medio ambiente.  

Transitar hacia una alimentación saludable implica un conjunto de cambios que pueden desencadenar los ciudadanos. Entre ellos, seguir una dieta sana, primar los alimentos de temporada, escoger productos de proximidad, consumir alimentos ecológicos y frenar el despilfarro de comida. 

Además, una dieta sana tendría efectos muy positivos sobre nuestra salud y nuestra economía. Según un grupo de investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara, una alimentación saludable reduciría entre un 20 y un 40% los infartos de miocardio, el cáncer colorrectal y la diabetes de tipo 2. Esta mejora se traduciría en una disminución del coste en gastos sanitarios de entre 77.000 y 93.000 millones de dólares anuales. Además, estos datos equivaldrían a una reducción de entre 222 y 826 kgs de gases contaminantes por persona y año.