La indiferencia a la verdad

Según un artículo publicado por el diario norteamericano The Washington Post, Donald Trump dice un promedio de 12 mentiras al día. Y no estamos hablando de un político de tercera fila o del dictador de una república bananera. Nos estamos refiriendo al presidente de la primera potencia mundial. Parece que la mentira se ha instalado en la vida pública. ¿Y lo más sorprendente? No parece preocuparnos.

Mentiras, exageraciones y deformaciones en la era de las fake news

En la era de las fake news, la frontera entre verdad y mentira parece más difusa que nunca. La natural curiosidad humana por conocer la verdad parece haber sido sustituida por una desconcertante indiferencia. La búsqueda de la verdad se ha convertido en un ejercicio infrecuente, en una rara avis que sólo practica una minoría. El resto, la inmensa mayoría, parecen haber sucumbido a la comodidad de elegir la realidad que más les convenga en el océano de desinformación que nos rodea. Es lo que muchos analistas han denominado “posverdad”, un tipo de mentira emotiva que describe una distorsión intencionada de la realidad. En esa foto deliberadamente alterada de la realidad, los hechos objetivos tienen menos importancia que las emociones y las creencias personales. ¿El objetivo? Modelar la opinión pública para provocar reacciones interesadas.

Políticos y periodistas parecen haber encontrado un filón. La construcción de una narrativa conveniente, por encima de la objetividad, se ha convertido en el modus operandi de partidos y medios de comunicación, que cada día nos lanzan mensajes donde la ficción supera a la realidad, y no al revés. El problema es que ya no nos interesa la verdad, buscamos las noticias en función de nuestras expectativas. ¿Qué queremos oir? Pues ahí lo tenemos.

¿Cómo si no podemos entender que, ante unos resultados electorales, todos los partidos parecen haber obtenido siempre unos resultados excelentes? ¿O que tras una decisión judicial, todos los implicados parecen satisfechos? La realidad ya no es una fotografía, es un retrato cubista.

QAnum, la red de desinformación que ha llegado a la Casa Blanca

QAnum es el nombre de una teoría conspirativa que defiende que Donald Trump mantiene una guerra secreta contra una red de pedofilia en la que estarían involucrados políticos y estrellas de Hollywood. Hasta aquí todo más o menos “normal”. No es la primera ni será la última teoría conspirativa. Lo llamativo es que QAnum ha crecido espectacularmente en los últimos meses y tiene hoy millones de seguidores en todo el mundo.

Los seguidores de QAnum creen a pies juntillas los mensajes encriptados que se publican en diferentes foros “Q” cuya identidad se mantiene en secreto. A esas publicaciones las llaman “drops” (gotas, en español), y a su vez, esas gotas contienen “breadcrumps” (migas de pan, en español, unas pistas que los seguidores deben “hornear” para obtener pruebas. Sin embargo, estas migas no suelen conducir a nada. Las predicciones de “Q” nunca se han cumplido. Pero no parece importar. Los seguidores de QAnum adaptan sus interpretaciones para justificar todas sus incongruencias. A día de hoy Joe Biden, Richard Gere, Barack Obama o Tom Hanks han sido algunas de sus presas.

Las redes sociales han amplificado los mensajes de QAnum y han contribuido a que su número de seguidores haya llegado a decenas de millones de personas en todo el mundo, sobre todo en países como Estados Unidos, Australia o Canadá. Sin embargo, Facebook, Instagram y Twitter recientemente han decidido eliminar miles de páginas por difundir información falsa y por fomentar patrones de comportamiento violento.

La indiferencia, un preocupante síntoma social

La indiferencia puede entenderse como una respuesta social a la falta de confianza que despiertan las instituciones. La indiferencia implica frialdad, desinterés, apatía, desapego. Y desde la indiferencia es muy tentador abrazar respuestas simplistas a preguntas complejas. En este contexto pueden articularse discursos populistas que movilicen a una masa indiferente a la que no le interesa la verdad, sino un relato en el que creer. 

La indiferencia provoca que lo trascendente se convierta en irrelevante y lo imposible en creíble. La libertad, la democracia y la justicia corren peligro si permitimos que la indiferencia se propague como un virus. La creciente desconfianza en las instituciones y en las organizaciones políticas puede desembocar en una apatía ciudadana que alimente a monstruos que acaben devorando nuestras libertades. Ahora resuenan más que nunca las palabras de Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.