Llegamos a Quatordio
Después de desayunar con don Dino salimos a la carretera más tarde de lo normal, a las nueve. Llueve, y lloverá hasta que lleguemos a Quatordio, nuestra meta de hoy, completamente mojados. A los cuatro o cinco kilómetros entramos para pedir agua en un bar y Enrico, un camionero, nos invita a un café con leche. Luego, llegando a Castello Dianone y helados de frío, pedimos en una gasolinera que nos dejen entrar en los servicios para orinar y el empleado, que dice ser de Marruecos, nos lo permite avisando que los debemos dejar limpios. No hacía falta que lo dijera porque cuando alguien accede a cualquiera de nuestras peticiones dejamos el lugar tan brillante que parece nuevo, ya sea «meodromo» bar, restaurante o cualquier otro. Después, cuando estamos haciendo ejercicios y estiramientos, aún más congelados, el dueño o encargado de la gasolinera aparece con una bolsa que contiene cuatro grandes trozos de pizza fría, dos panes parecidos a bollos, siete panes de diferentes estilos, cuatro naranjas y dos bombones grandes de chocolate negro para que comamos hoy. Agradecidos le preguntamos el nombre y dice que eso nos lo ha dado Dios, aunque finalmente, ante nuestra insistencia, confiesa llamarse Enrico (como el camionero). En Quatordio, el párroco al que nos encomendó ayer don Dino, nos abre una sala del Oratorio que, tras bajar de su casa un par de colchones, mantas, almohadas y toallas (y poner la calefacción) será un estupendo dormitorio. El párroco es de la India y se llama Francis Thomas. Hasta mañana.