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Patera…

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Tiritaba de frío y no podía parar. El señor de la cruz roja en el pecho, le hablaba en un lenguaje extraño, pero amable, trataba de darle calor, rodeándole con una manta y abrazándole. Los ocho años de Maisha, eran un homenaje a su nombre, en suahili significa “vida”.

Un día, hacía dos años más o menos, su madre le dijo…“hoy nos vamos, nos vamos a un nuevo mundo. Donde cada día será una fiesta”, le decía, “tendremos agua y leche y vestidos de colores y no tendremos nunca más miedo  de los “hombres hiena”, que era como llamaba su madre a los guerreros que de tanto en tanto venían a su aldea a robar alimentos y maltratar a sus vecinos.

Desde aquel día Maisha, soñó con aquel mundo del que su madre le hablaba. Soñaba con levantarse e ir al colegio para aprender los secretos de la sanación. Había visto morir a su padre, por una infección producida por la herida de un machete, de los hombres hiena, a sus  dos hermanos porque no tenían apenas que comer, ni medicamentos para las enfermedades producidas al beber aquella agua de color marrón. Por eso ella quería ser médico.

El viaje fue interminable, días y días de caminatas por paramos solitarios y desiertos, con el hambre y el miedo como compañeros y su madre, sobre todo su madre que le apretaba la mano fuerte y le decía… “somos Dogon, hija, herederas de un pueblo valiente… llegaremos”.

Lo habían soportado todo, todo. Incluso las violaciones de los mercaderes de personas a su madre, para poder “pagar” el viaje al mundo nuevo. Cuando su madre, volvía con ella, después de cada una de las violaciones, Maisha la abrazaba y le decía: “Mamá yo te curaré, el cuerpo y el alma” y la llenaba a besos. El día que vio el mar, Maisha se asustó. “Era el último obstáculo”, le dijo su madre. Aquella gran masa de agua de color azul del cielo, la impresionó. La embarcación era más bien pequeña. El hombre que parecía mandar, gritaba mucho y les decía. “Vamos rápido, rápido hay que salir ya…” Su madre la cogió en brazos para que no se mojara y se acomodaron en un extremo de la barca. Cuando estuvieron todos apiñados en la barca, los hombres de los cuchillos, encendieron el motor  y les empujaron mar adentro.

Al principio nadie se movía, nadie había navegado nunca. Tres horas después, un hombre quiso moverse y sin querer empujó a otro que se desestabilizó y cayó al mar. Fueron momentos de confusión, unos gritaban para ayudarlo, otros se lo impedían. El hombre no sabía nadar, desapareció en el agua unos minutos después. Su madre le tapó los ojos. El mundo nuevo parecía lejos.

Los calambres y el dolor de las malas posturas hacían mella en casi todas las personas, apenas tenían agua y ya llevaban más de doce horas en aquel pequeño barco. Las personas se chillaban entre si, quejándose todos de todos. Maisha y su madre permanecían quietas acurrucadas juntas en aquel rinconcito de la barca. El mar, como enfadado por los chillidos, empezó a agitarse. La barca era un juguete en manos de un monstruo de color azul.

El movimiento fue brusco e inesperado. Maisha salió despedida lejos de los brazos de su madre. El frio del agua la paralizó. Tragó aquella agua salada, no podía respirar, no podía gritar, solo frio, mucho frio y oscuridad…Se hundía en el mar oscuro y en un acto reflejo izó sus brazos, una mano agarró su muñeca y estiró de ella hacia la luz…

En la lancha neumática, el hombre de la cruz roja le abrazaba… No volvió a ver a su madre, ni a ninguno de los que le acompañaban en el barco..

Sus ojos negros solo querían decir…»Je m´apelle Maisha y quiero ser médico”.

 

Paco Sosa • Responsable de Relaciones Institucionales de Mediapost Group