La otredad: la puerta hacia la empatía

¿Conoces el concepto de otredad? La primera pregunta que siempre se ha hecho el ser humano es: «¿Quién soy?». Y la segunda: «¿Quién es el otro?». Este concepto es habitual en los estudios y las reflexiones de filosofía, antropología y sociología. En la actualidad, cuando la empatía no pasa por su mejor momento, es oportuno recordarlo. Pensar en el otro, en su realidad y en sus circunstancias, parece mentira, pero puede que se nos esté olvidando.

Qué es la otredad

Este término alude a la percepción y el reconocimiento del otro como un individuo diferente, ajeno a la propia comunidad. Es una cuestión muy importante. En primer lugar, porque solo al asumir la existencia de otras personas diferentes a nosotros podemos comprender verdaderamente nuestra condición. Es decir, cuando sabemos que hay otras personas con procedencias y rasgos físicos o culturales distintos, estamos preparados para reconocernos. En otras palabras, conocer mejor a los demás nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos. La existencia del otro, con sus valores, su cultura y su identidad, es un reconocimiento de la diversidad y un puente que nos une a los demás.

La otredad implica, en consecuencia, reconocer algo que no es propio. Te exige aceptar, por tanto, que hay una realidad autónoma a la tuya. En otras palabras, no eres el centro del mundo. Y no hay que entender esta afirmación en términos morales, la otredad no es buena o mala. Es, simplemente, el reconocimiento de una evidencia. El otro reafirma quién eres tú. Y tú reafirmas quién es el otro. Esta premisa es clave para valorar la existencia de otras personas que son muy diferentes

La otredad, de entrada, es ajena a la subjetividad. Implica el conocimiento de una verdad incuestionable. Hay otros. No son como yo. En algunos casos, ni siquiera son como nosotros, es decir, ni como mi familia, ni como mis amigos. Cada persona es única, insustituible, irrepetible. Tú, yo, cada uno de nosotros es único. Y la aceptación de esa diferencia nos convierte a todos en seres excepcionales.

Cómo se construye la otredad

Insistimos en esta idea de partida: no debes considerar la otredad un concepto negativo. En sí mismo, se trata de una constatación objetiva de una realidad indiscutible. Existe algo que no es propio, al margen de cada existencia individual. Es y se desenvuelve con independencia de ti. Se desenvuelve con autonomía respecto a ti y, por ello, puede llegar a influirte. Cómo será esa influencia, positiva o negativa, es otro cantar. En una sociedad basada en el individualismo como la actual y donde los conflictos y los enfrentamientos están a la orden del día, la otredad puede ser una llave muy útil para resolver conflictos y evitar desavenencias.

Sin embargo, la realidad establece una línea muy fina entre la otredad y la discriminación. ¿Por qué sucede? Porque ambas se construyen a partir de la oposición y la alteridad. El Otro es lo que nunca hemos sido, somos ni seremos. La propia perspectiva, personal y grupal, determina quién es el Otro. Así, para los occidentales son los orientales, o para los políticos de derechas son los políticos de izquierdas, y viceversa.

A menudo, la ignorancia, el etnocentrismo o la falta de sensibilidad perciben al Otro como una amenaza. Este es un caldo de cultivo excelente para la aparición de actitudes y conductas como la xenofobia, la homofobia o el racismo.

La dimensión del Otro está presente, de forma cotidiana, en tu existencia. ¿Tienes empatía? ¿Practicas la tolerancia? ¿Te relacionas con los demás con respeto? ¿Eres capaz de comunicar y escuchar de forma auténtica? Probablemente respondas que sí, pero en este mundo tan complejo en el que vivimos, quizás a todos nos haga falta meditar un poco sobre ciertos aspectos de nuestra conducta. Echa un vistazo a las noticias o a ciertos programas de televisión, quizás detectes comportamientos que te hagan replantearte algunas ideas sobre tu opinión sobre la falta de empatía en nuestra sociedad.


Cuando falta la empatía

La falta de empatía provoca que no reconozcamos al otro y que caigamos en un egocentrismo enfermizo. Cuando, pese a las diferencias, no aceptamos al Otro como un igual en dignidad y esencia humanas, nos enfrentamos a un problema. Un problema individual y al mismo tiempo social.

Por desgracia, la falta de reconocimiento y entendimiento de los demás es un rasgo característico de nuestra sociedad actual, polarizada y materialista. El egoísmo y el egocentrismo se han consolidado en nuestro día a día. Y estos, claro está, son poco compatibles con la aceptación, el respeto y la valoración de lo diferente.

La discriminación es una construcción humana negativa, posterior a la existencia del Otro. Es un posicionamiento subjetivo, individual y propio. Consiste en menospreciar, infravalorar y detestar al diferente. Es una forma de encerrarse en lo propio, en lo conocido, en mi verdad frente a la verdad de los otros. Supone, desde luego, una fórmula de miopía existencial que daña la convivencia, el progreso, la armonía y el desarrollo globales.

Solo quien desarrolla su capacidad de respetar y reconocer las diferencias, quien valora la diversidad, se encuentra bien consigo mismo. Porque el posicionamiento contrario genera miedo, inseguridad y odio. Todos estos sentimientos, nos alejan de la calma, la serenidad y el equilibrio.

El mundo que heredarán nuestros hijos depende en gran medida de esta realidad. Ellos se merecen una humanidad diversa, empática, colaborativa. Para ello, la otredad debe normalizarse con un enfoque positivo. Todos somos únicos y, por eso mismo, irreemplazables y valiosos. La colaboración, el intercambio y la mutua aceptación nos enriquecen espiritual y materialmente. Necesitamos educar y educarnos en la empatía y el respeto al diferente. En palabras de Apuleyo, el gran escritor romano: «Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos».