¿Estamos asistiendo al final del capitalismo?

Cada vez más voces autorizadas empiezan a detectar síntomas de cansancio en el funcionamiento del sistema capitalista. El cambio climático, la extrema desigualdad o la escalada armamentística pueden ser algunas de las consecuencias más visibles de esta decadencia. ¿Podemos estar ante el principio del fin de un sistema aparentemente indestructible? Torres más altas han caído. ¿Quién pensaba en su momento que iban a caer gigantes como Egipto, Grecia, Roma, el Imperio Británico o la Unión Soviética?

Fin del capitalismo

Frame de la película española «El Hoyo»: una crítica al capitalismo, a la sociedad de clases y al egoísmo

Por qué puede llegar el final del capitalismo

Marx estaba convencido de que serían los trabajadores quienes acabarían con el capitalismo a través de un movimiento revolucionario internacional. Sin embargo, el final del sistema capitalista quizás sea más complejo y se esté cociendo más lentamente de lo que el filósofo alemán hubiese deseado. Las causas de su posible autodestrucción a lo mejor hay que buscarlas en el corazón más profundo del sistema, en su propia esencia. En otras palabras, la obsesión por el crecimiento constante puede estar conduciéndonos al fin de capitalismo. Como le ocurriera a todos los imperios que cayeron anteriormente, puede que el capitalismo haya generado su propio germen de autodestrucción.

Frame de la película coreana «Parasitos»


El círculo vicioso de la productividad 

Aunque el capitalismo surgió a finales del siglo XV, no fue hasta el siglo XIX cuando alcanzó su madurez. Desde entonces ha ido experimentando profundas mutaciones que le han permitido adaptarse a los sucesivos cambios. Pero su portentosa capacidad de adaptación puede no ser eterna y es posible que el sistema ya no sea capaz de generar soluciones que satisfagan las necesidades cambiantes de las mayorías.

Por ejemplo, en una sociedad digital como la actual, la necesidad de maximizar beneficios de las empresas puede entrar en colisión con la creación de empleo. ¿Qué hacemos entonces si el sistema ya no es capaz de generar empleo para la mayoría de los ciudadanos? ¿Y qué hacemos si cada vez más personas no pueden acceder a una vivienda o a unos servicios sanitarios básicos? Mirar para otro lado, poner paños calientes o esconder la cabeza no parecen decisiones muy inteligentes. A medio y largo plazo esa inconsciencia puede resultar un camino muy peligroso.

Frame del documental estadounidense «The true cost» 

El lado oscuro de la globalización

A lo largo de la Historia los movimientos migratorios han sido constantes. La búsqueda de una vida mejor siempre ha sido un derecho legítimo de las personas más desfavorecidas. Países como Estados Unidos están construidos sobre los cimientos de la inmigración. Por las venas de la mayoría de los estadounidenses corre sangre irlandesa, italiana, holandesa, rusa, polaca, húngara, inglesa, alemana, china, cubana o mexicana. Si nos fijamos ahora en Europa, los flujos migratorios más recientes han estado protagonizados por personas provenientes sobre todo de África, Asia y el sur de la propia Europa. Sin ir más lejos, en Alemania, un país con 83 millones de habitantes, la comunidad turca supera hoy los tres millones de personas, es decir, un 3,6% de la población total.

Por otra parte, la mayoría de las grandes empresas de los países occidentales, movidas por la búsqueda de mayores beneficios, han trasladado sus procesos de producción a países subdesarrollados donde los salarios son mucho más bajos y donde se benefician además de una situación fiscal mucho más favorable. Esa deslocalización ha llevado a muchas empresas a implantar métodos que en los casos más extremos han derivado en destrucción del medio ambiente, desempleo en los países de origen e incluso en explotación infantil.

Por otro lado, la llegada masiva de inmigrantes a Europa en busca de un futuro que se les niega en sus países ha generado unas consecuencias políticas, económicas y sociales que han transformando el continente quizás para siempre. En este nuevo escenario el impulso de reforzar las identidades nacionales está alimentando una peligrosa corriente de xenofobia.

Carátula del libro «La sociedad del cansancio» del autor surcoreano Byung Chul-Han


Byung Chul-Han y la sociedad del cansancio

El filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung Chul-Han lleva años alertando sobre ciertos síntomas que conforman lo que ha denominado “la sociedad del cansancio” . Según el filósofo surcoreano, hoy no necesitamos jefes que nos exploten. Nos bastamos nosotros para autoexplotarnos. Nos sometemos sumisos a las exigencias del nuevo régimen de dominación instaurado por el neoliberalismo. En la sociedad actual, cada uno de nosotros es amo y esclavo al mismo tiempo.

Esta vida, marcada por largas jornadas laborales y un ritmo frenético, nos agota, nos deprime y nos frustra. Para Byung Chul-Han el tránsito del capitalismo industrial al capitalismo financiero ha significado un paso atrás en la evolución del individuo y es fuente de graves problemas físicos y psicológicos. Incluso en esta sociedad del cansancio, la positividad acaba convirtiéndose en un enemigo, porque nos empuja a una constante superación de nosotros mismos, lo que nos arrastra inevitablemente al agotamiento.

Fotografía de casas en Medellín, Colombia

“Es la economía, estúpido”

Esta frase fue repetida hasta la saciedad por Bill Clinton durante la campaña electoral que le llevó a ganar a George Bush (padre) en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos celebradas en 1992. Esta sacralización de la economía es un rasgo muy característico de la sociedad contemporánea. La economía está por encima de todo, incluso de la educación, la cultura o la sanidad. En nombre de la economía somos capaces de justificar todo tipo de acciones. Los mercados se han convertido en deidades que deciden el futuro por nosotros, sin que reparemos en que en realidad los mercados obedecen a los intereses de un grupo cada vez más reducido de personas.
Para muchos analistas, el esperanzador experimento de la Unión Europea ha desembocado en un gigantesco mercado financiero y no en una unión de pueblos con una cultura común. Algunas estadísticas producen escalofríos. Según un reciente informe de Oxfam Intermón, el 1% de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante. Esta desigualdad es sin duda una bomba de relojería.

¿Hay alternativas al capitalismo?

La pregunta es inmediata. Sin capitalismo, ¿cuáles son las alternativas? El comunismo es sin duda la opción que inmediatamente nos viene a la cabeza. Pero después de la desintegración de la Unión Soviética y el ejercicio de funambulismo protagonizado por China, parece que el comunismo también necesita una regeneración.

En los últimos años, dentro del propio sistema capitalista, están surgiendo nuevas ideas que plantean propuestas alternativas que critican el consumo desmedido y priorizan la sostenibilidad y la justicia social. Entre ellas, destacan la economía circular, el capitalismo natural o la economía del bien común. 

Las nuevas generaciones parecen más concienciadas con la necesidad de un cambio y podrían impulsar una transformación ideológica que nos condujera a un nuevo sistema más humanizado y menos consumista. En este sistema serían esenciales el uso de energías renovables, el respeto a la dignidad humana y una profunda revisión de los principios democráticos.